Para los entusiastas y alborozados autores de estos relatos, el 28 se ha convertido en un número mágico. Y no es que sus guarismos sumen diez ni que esta cifra se resuelva en uno, motivo suficiente en cualquier caso: las razones, no ajenas a la magia del azar, nos remiten al gozo de vivir, al deleite de los sentidos y a ese tan traído como llevado placer de escribir, mucho más noble, intenso y apasionado que la mera costumbre, pues puso en pie de pluma a más de uno, más allá de sus quehaceres habituales y, a juzgar por los resultados, con un acierto que para sí quisiera más de uno. Todo empezó una noche, a la salida de un bar. Había corrido el vino en abundancia y rebosó la mesa de manjares, entre el humo de los cigarros –que no es tan malo como los políticos- y un torrente de ingenio, humor y amistad. Una brisa suavísima refrescaba la atmósfera y las estrellas tachonaban el cielo, mientras al fondo la ciudad brillaba y se oía el ladrido de los perros en las fincas cercanas. Entonces, ocurrió. Simplemente. Fue un desfile de ninfas, amazonas o meigas: 28 en total, procesionando raudas hacia un edificio próximo, portando bolsas y otros embalajes, acaso con comida. Ellas fueron los 28 chochos, anónimos como el soldado desconocido, que acapararon la atención del grupo, dando lugar a cábalas, preguntas, chascarrillos… y la idea de inmortalizar el extraño suceso en una especie de justas literarias, en las que todos fuesen concursantes y todos jurados, demostrándose así que, en mediando honestidad y sobrando razón, se puede ser juez y parte. Se convocó el concurso, se redactaron las bases, se elaboró el mecanismo adecuado para garantizar la mayor transparencia posible y la más rigurosa equidad. Finalmente, se organizó una cena, en el transcurso de la cual se dio lectura a los textos, que concurrieron en anonimato, sin que nadie supiera a ciencia cierta –pues la suposición incumbe a quien la alberga- la identidad del autor leído. ¡Lo que dieron de sí los 28! Si antes hablé del célebre soldado, en llegando a este punto propongo que otro tanto se haga con el chumino desconocido, que es el motor del mundo, por serlo de la especie. Se trataba, eso sí, de hacer literatura, sin menoscabo del erotismo que debía alentar en los relatos, y que éste, por su parte, no quebrantara los valores estéticos que en texto de esta índole se presume. Y, más difícil todavía, sin poner cortapisas a la imaginación ni a la libertad. Aquí están los resultados, con la sencilla, ingenua y lógica pretensión de divertir a sus potenciales lectores. O, tal vez, escandalizarlos, como sería deseable, pues mala cosa es la literatura que deja indiferente a quien la lee. Oderint, oderint, dum metuant, decía el gran Catón: Que odien, que odien, con tal de que teman. Preferible, sin duda, el denuesto a la displicencia, ¿no creen? Ésta es, a modo de crónica diversa, la historia variopinta de aquellos 28 de la fama. Cualquier parecido con la realidad es pura y desbordada alucinación.