Desayuno con diamantes de café

Había dormido la noche su cuerpo, el despertador sonaba a la hora habitual. Sin embargo ella sabía que el día era diferente.
Precipitadamente sonó el teléfono y se anunció la visita. Había tonificado su piel con una buena ducha fría; perfumada y vestida discretamente lo esperó.
Había soñado tantas veces el momento, que el corazón latía desacompasado. Escuchó el suave toque en la puerta y abrió con sigilo, casi a hurtadillas. Se sentía nerviosa.
Él apareció, casi al despertar el alba. Aquel impulso tanto tiempo guardado se mostraba por vez primera irrefrenable.
Un intenso abrazo hacía que los poros de su piel se enervaran y afloraran por encima de sus ropas, el largo beso, enredándose su lengua entre la suya enorme que lamía hasta su garganta. Se deshizo de sus brazos para tomar el aire con fuerza y sugerir entre balbuceos, y sin poder aún separar las manos que seguían enredadas entre los dos. Desinhibida de todo el equipaje de la vida se mostraba con toda la audacia del fuego que la ardía. Desnudaron sus cuerpos y se mostraron lentamente.
De repente sus manos acercaron las suyas a su sexo. Nunca lo hubiera imaginado, tantas veces deseado se mostraba perfectamente enhiesto, circuncidado y vigoroso.
De pie entrelazaron sus cuerpos, enredaron sus piernas, y se dejaron hacer con suavidad sobre el lecho, suave de crespones, perfumado con canela y jazmines que Glauca había preparado.
Se tomaron sin pausa, como si la vida se les fuera toda en ese instante, un largo quejido arrulló su murmullo de besos y roces. Sentía sus labios recorriéndola palmo a palmo y levantaba su pelvis al ritmo que marcaba su galope largo y lento. Como dos rosas se le hincharon sus pechos y girando su cuerpo, cual amazona experta montaba sobre él y mostraba todo su ser abierta gozosa...
Así una y otra vez se gozaron, humedecieron sus cuerpos hasta agotar todas las fuentes... La mañana se abría con una luz intensa, ellos quedaban en silencio mirándose despacio, como si acabaran de descubrirse completos por primera vez.
Un aroma penetrante a café los despertó del letargo, se disponían de nuevo al gran banquete. Habían de devorarse.