28 chochos






I


Veintiocho chochos y, por ende, veinte y ocho pollas, todos ellos iguales, todas ellas diferentes. Regidos cada uno, cada una, por ocultos principios, distintas ideas, formas, aspiraciones... por ejemplo,- y hablando sólo de chochos- está, además del chocho madriguera; el utópico ,el idealista, el gótico, el glacial...
Otros que, a poco que escarbaras en ellos, vislumbrabas una hermosa y suntuosa cueva; estalactitas de suaves y rosáceos sueños donde un falo de origen faraónico, colosal y primigenio aguardaba incrustado en el enigma secreto de la diosa, fuerte, firme, piramidal, esperando de ella esa rauda explosión de entrega y sinfonía.

-Éste como habéis podido pensar es el cono sagrado de la fertilidad.-

Había otros, de no menos merecer, llamémosles coñitos, cuyos castos y tímidos azúcares rezumaban el deseo del cazador cazado, gimiendo éste, batallando en ese prado disoluto de amores imposibles.
Coños virginales cuya lésbica fragancia enloquecían a esas recias pollas de guerreras facciones.
Coñitos tiernos, juguetones ¡ahora sí, ahora no! La braguita cayéndole de un lado, pequeña, rabiosamente blanca, sugiriendo ella sola el paraíso, el edén en el desden lascivo de sus suaves glúteos intuidos.
Mas no eran estos otros coños, de esas hembras llamada ninfas, cuyas bocas emanaban el semen de varones anclados en una verga donde el glande mostraba el delirante fulgor de las tinieblas salvajes de su instinto.
Ninfas cuyos coños enardecidos se mostraban como conchas bacantes, orgásmicas, salvajes, sudorosas en un delirio de amor y de lascivia.
Mujeres del amor, amantes y castradora como era la Lola; hembra portentosa que arrastraba el ardor de sus tacones y la mecha de su cuerpo seduciendo, prendiendo fuego e incendiando el barrio. Ardor, que más o menos bien compaginaba, con ser madre de dos hijos y esposa de un marido imbécil, celoso, diminuto, que portaba el suplicio de una ingrata, merecida y lustrosa cornamenta.

-¡Fiesta de Mujeres, sólo mujeres, sí, mujeres, ningún hombre! -le decía la Lola al marido aquella tarde, relamiéndose de gusto, volviéndose los ojos y ocultando su cara de gran puta.

- ¡Sólo chochos, chochos, marido, divertirnos así, honrada y castamente...!


I I

Veintiocho chochos menos uno acudieron aquella noche a la fiesta. Veinte ocho chochos menos uno bajaron de sus coches y se encontraron de lleno ante un grupo de gente impresentable, escandalosa, entrometida, algunos ebrios ya de vino, y que miraban atónitos el espectáculo de esa tunda de mujeres desfilando. Entre ellos, una voz surgida de aquel grupo, una entonación curiosa que increpaba a esa plebe de mujeres, que iban solas sin varón alguno.

-¿Adónde vais, tantos coños solos?
-¿Y qué hacéis, tantos coños solos, en una noche alegre de verano?

Veintiocho chochos menos uno se miraban, pensaban en su casta fiesta y no sabían que decir.
Sólo uno, el coño número 29 , que no era más que el coño enorme y ausente de la Lola, le hubiera respondido a ese grupo de gente entrometida.
Un coño enorme, fogoso y casquivano, que naturalmente faltó a la cita y que nunca se bajó de un coche repleto de mujeres puras y fieles. Sólo un coño como ése hubiera contestado:

-Nada, no hacían nada.

Ser acaso la coartada para esta nueva argucia de la Lola, en la que el gozo de una cita a ciegas portaba la melena de la audacia y un nuevo sostén que le alzaba los pechos por el aire.

© Héctor Sandino, 2008.-