28 chochos


Cuando me di cuenta, mis párpados eran dos abánicos incrédulos ante lo que estaba observando.

Siempre fui un hombre muy tímido, lo que se dice un cortao por estos lares, consecuentemente mi currículum en cuanto a las relaciones carnales con las mujeres es ridículo, por no decir frustrante. Por lo cual mi gozo sexual estaba engordado de noches onanistas interminables, pero he de confesar que muy satisfactorias, ya que mi imaginación crece a la vez que mi incapacidad para hacer ciertas su creación. Así que en el momento en que ví ese desfile de mujeres por la calle, entrando todas en el mismo portal, con sus risas, su desinhibición y sus cuerpos insinuantes, sólo pensé en que iban por la calle 28 ( las conté ), 28 chochos alegres, lo que significaba otros tantos culos hermosos y nada más y nada menos que ¡¡ 56 tetasss !!

El salto en mi portañuela fue notable, tuve que ponerme mirando hacia otro lado para que no me notasen la alteración que estaba teniendo. Quise apartar de mi mente tanta ansia, me puse a pensar en mil cosas distintas por no caer en esa espiral que siempre me llevaba hacia mi casa, para yacer en la cama y subir por esa pendiente carnosa de mi sexo. Esa suavidad, incrementada por el aceite, sí, un aceite de almendras que desde hace mucho tiempo compro, es mi aliado en esas noches, mi fiel ayudante de subidas y bajadas por mi obelisco de placer.

Mas, no pude retener la oleada salvaje de deseo y me despedí del amigo con el que estaba, con la excusa de un leve dolor de cabeza, acompañado de que al día siguiente trabajaba temprano.

Cuando llegué a mi casa noté esa excitación interna que precede siempre a una de esas grandes noches, me duché tranquilamente, era como un ritual, me puse mi body milk -el que me sugirió mi hermana- y me sentí fuerte, fresco, capaz de comerme, no 28 chochos o 56 tetas, si no cientos de ellos.

Así, me tendí en mi cama de 2x2, sus frescas sábanas de seda china me acariciaron dulcemente, miré hacia arriba, al espejo que había instalado hacía unos meses, me encanta ese espejo, mirarlo cuando estoy a punto de eyacular, ver mi cuerpo e imaginar como me cabalga la mujer con la que estoy soñando. Estaba a punto de comenzar mi primera masturbación cuando llamaron a mi puerta, estaba ya casi erecto, con lo cual el fastidio que sentí me hizo lanzar una serie de improperios tremendos hacia quién estuviera interrumpiendo mi oráculo carnal. No hice caso, a ver si desistían, mas volvió a sonar el timbre, por lo que decidí levantarme y ver quién y qué quería. Me puse la bata y ojeé por la mirilla, me quedé de piedra, allí estaba plantada Lourditas, joder con Lourditas, la vi en el bar con unas amigas, qué coño querría ahora.
Sin abrir le pregunté que deseaba y me dijo que tenía que hablar conmigo de algo urgente. No quise levantar sospecha alguna y le abrí la puerta, ella entró muy decidida, lo cual me fastidió de igual manera. La observé como se adentraba en el salón y en ese momento me di cuenta del hermoso culo que tenía la jodida, vaya con Lourditas, esa ropa le marcaba las nalgas de una forma sugerente e incitadora.
Nos sentamos en el sofá, yo le ofrecí algo de beber y la muchacha, sin ningún recato, me solicitó un whisky doble, ¡jo con la mosquita muerta! siempre pensé de ella que era un tanto reprimida (como yo, mas o menos) y que no se comía un rosco tampoco, quizás por ello tenía más confianza con ella que con cualquier otra mujer.
Entonces comenzó a hablar y hablar, cosas banales, hasta que en un momento determinado me di cuenta que estaba hablando de sexo, me puse rígido, no sé si me lo notó, pero creo que me cambió el color de la cara, la vi como se sonreía y el rostro me ardió, nunca habíamos charlado sobre este tema. Pero lo que estaba diciendo era sólo referente a ella, de sus inseguridades, miedos, etc.., algo que yo conocía muy bien. Siguió así unos minutos hasta que me preguntó si había visto todas aquellas mujeres entrar en aquella casa, como de soslayo le dije que sí, y empezó a jugar, que si que harían tantas mujeres juntas, que se emborracharían y sabe dios como acabarían, aquí tuve que servirle otro whisky. Poco a poco me estaba haciendo imaginar, me movía nervioso y ella seguía sonriendo la condenada. Murmuraba más que hablaba ya, que sentiría una mujer con otra mujer, que no lograba imaginarlo, que si los hombres sentirían igual y hasta llegó a preguntarme si a mi me gustaban los tíos, a lo que le dije que por supuesto que no. Era habilidosa la muy pécora, sin darme cuenta me vi con una copa yo también y confesándole cosas que nunca pensé pudiera contar a nadie.
Lo cierto es que empezó diciendo que tenía calor y subiéndose la falda hasta casi las caderas, vaya par de muslos mas hermosos, se me salían los ojos de sus órbitas, que piel mas sedosa y brillante ,¿se pondría aceite también?
No se si fue el alcohol o el destino mismo, pero la verdad es que acabamos confesándonos nuestras miserias sexuales punto por punto, así me enteré que ella se masturbaba casi siempre en la taza del vater, decía que el contraste del calor de su sexo y el frío de la porcelana la excitaba sobremanera, aunque no rechazaba, ni mucho menos, unas sábanas frías….., guau, de raso o de seda. En ese momento me lancé en picado, cual halcón hambriento y la invité a entrar en mi dormitorio para que viera las que yo tenía puestas en la cama, si las sábanas le hicieron mirarme con cara de vampira sedienta, cuando vio el espejo, casi grita, se subió la falda hasta la cintura y me miró salvajemente. Aquí ya todo se aceleró, nos quitamos las ropas con furia e hicimos todas esas cosas que siempre soñamos ambos, ya no existían ni 28 chochos ni 56 tetas, ya solo estaba en mis manos, en mi boca, por todas partes de mi cuerpo, el coño de la Lourditas, hermoso y grande, muy grande y tan caliente como mil volcanes en erupción. Fue la mejor noche de mi vida, acabamos y empezamos no se cuantas veces, igual fueron 28, jajajajaja, mas después de aquella noche me masturbé muy pocas veces, entre Lourditas y yo conseguimos multiplicar por 28 veces 28 el placer que hasta entonces habíamos experimentado.
Y todo gracias a aquellos 28 chochos…
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© Darío Fox, 2008.-